Paso la rotonda que deja a la izquierda en el Egara y ya veo el kilómetro 3, lo que marca el inicio de la contrarreloj que nunca me canso de hacer. Toca coger impulso para iniciar los primeros metros de esta dulce tortura a buen ritmo. Pulso el botón rojo del ciclocomputador y agacho la cabeza. Noto, sin embargo, una presencia pegada a mi rueda trasera. No lo había oído acercarse. Le saludo tímidamente y él me corresponde, aunque por el momento parece no tener mucho interés en pasar.
No lleva casco, un riesgo teniendo en cuenta que hasta que pasamos Les Pedritxes nos cruzaremos y nos pasarán un buen número de coches, y su maillot, antiguo pero no viejo, es problablemente una de estas réplicas de los equipos que exisitir en los años 50 -60. Su constitución es fuerte, aunque no es muy alto. Pasamos el kilómetro 5. Ahora viene una suave bajada que debe servir para recuperar piernas. Se pone a mi altura. Su pedalear es ágil. Mueve un plato que es más grande que el mío sin demasiadas complicaciones y su respiración es acompasada, tranquila. Pasamos por Les Pedritxes y se pone por delante. Intento aguantarle la rueda. Su ritmo es bueno y me siento cómodo detrás. Se gira y me mira, asintiendo con la cabeza, como preguntándome si voy bien, si puedo aguantar ese puntito más que añadió a la velocidad que llevábamos.
Me levanto sobre los pedales. Esta rampa del kilómetro 7 al 8 siempre es dura de subir. Él no se ha movido del sillín. Se le ve muy cómodo, como si prefiriera mi compañía a llevar su propio ritmo, que no dudo que es superior al que lleva ahora. Sus piernas están depiladas, o quizás no tiene mucho cabello. Son blancas como la leche, como si no hubiera salido mucho todavía y el sol no las hubiera empezado a tostar y darle ese color que se evindenciará aún más cuando vaya con culotte corto. Ya llegamos al kilómetro 9. Falso llano donde no hay que apretar mucho si no se quiere pagar algo más adelante. Me pongo a su lado. Me mira y me sonríe, con una expresión que me hace entender que voy bien, que el ritmo que llevamos es bueno.
Ya lo veo allí delante: es el kilómetro 10. Comienza el sufrimiento de verdad. Se levanta y comienza a mover la bicicleta de lado a lado. Abre más la boca para dejar que salga el aire. Yo lo imito. He tenido que bajar un piñón para poderle seguir la estela y las piernas duelen. Pasamos la curva de la Font de l’Olla a una velocidad considerable, mientras dejamos atrás a otro ciclista con las fuerzas más justas, probablemente debido a que debe rondar los 80 años. Aunque es un momento de angustia, el hombre no deja pasar la oportunidad de saludar a mi acompañante, con un gesto que me hace pensar que se conocen. Todo esto ocurre en pocos segundos, mientras encaramos ya los últimos metros de este tramo infernal. Ya está hecho. Ahora dos kilómetros para soltar las piernas y afrontar la parte final de la subida.
Me pongo delante. Es en estas zonas donde no se puede dejar de apretar los pedales si se quiere hacer un buen tiempo arriba. El compañero se mantiene detrás, aprovecha para echar un trago de agua y dejar de pedalear bien escondido detrás de mí. Me fijo en una cicatriz que tiene en la nariz y que tiene pinta de ser el resultado de alguna caída. Sus ojos rezuman tranquilidad. Último kilómetro y medio. Se pone en paralelo a mí y me incentiva a seguirle el ritmo sin adelantarme. Ahora lo veo claro, va mucho más fresco que yo. Respira casi sólo por la nariz, mientras mi boca ha vuelto a abrirse de par en bar como en el tramo duro anterior. Pasamos la zona del aparcamiento y ya vemos a 300 metros la casa.
Esto ya está hecho. De pie sobre los sillines apuramos las fuerzas para restar un par de segundos al cronómetro que se detiene al cruzar al lado del cartel «Coll d’Estenalles». Bajo la cabeza, mientras él sigue sin detenerse. Yo hoy daré media vuelta aquí, pero no tengo tiempo ni de podérselo decir. Ha iniciado la bajada hacia Talamanca. Me invade la sensación de vacío, de haber dejado escapar la oportunidad de hablar más con mi ocasional compañero. Por un momento, me entran ganas de cambiar de planes y lanzarme por la bajada tras de él … pero lo descarto sabiendo que no podría atraparle. Quién sabe, tal vez otro día en otra carretera nos volvamos a encontrar … aunque sé que ésta es su preferida.