Perú, día 33


Mi nombre es Basilio Ugarte, tengo 38 años y vivo en una aldea cerca de Ica, en Perú. Hasta el pasado 16 de agosto tenía una familia, una casa, un trabajo, salud, ilusiones por cumplir y una vida por delante. Hoy tengo un hijo de 8 años y recuerdos de todo aquello que parecía que jamás desaparecería. Pero desapareció. Mi hijo, Mateo, no cesa de preguntarme que sucedió. Se lo expliqué millones de veces, pero no sabe, no quiere, no se resigna a entenderlo. Intenté engañarlo al principio, pero pasadas las primeras horas y dándome cuenta que no despertaríamos jamás de la pesadilla opté por decirle la verdad. Que TODO había acabado. Que su madre y sus dos hermanas se fueron para siempre. Que nuestra pequeña casa, esa que teníamos preparada para subir un piso más en cuanto pudiésemos, se convirtió en un montón de piedras, imposible de distinguir del resto de montón de piedras que ahora habitan la calle donde él jugaba a pelota, donde sus hermanas habían corrido tras los perros callejeros, donde tantas horas habíamos pasado platicando con vecinos y amigos. No le dije, no me atreví, que aquel montón de piedras fue durante tres días fue la improvisada tumba de aquellas personas con quien él había compartido tanto tiempo, tanto amor.

Acá cuentan que los primeros días no cesaron de llegar ayudas. En la aldea aparecieron unos pocos camiones al cuarto día con sacos de arroz, mantas y pastillas para el agua, pero no fue suficiente. No quedó otro remedio que ir a buscar alimentos entre los escombros, a apartar las piedras de otras casas que como la nuestra escondían muerte. Ahora ya no queda mucho de todo lo que jutamos. Muchas veces pienso que por qué el terremoto no nos llevó con él. Otras veces creo que sí lo hizo y que ésto es aquello que en la escuela nos definían como purgatorio.

De momento estamos refugiados en la iglesia. Fue todo cuanto aguantó en la aldea. Por acá pasaron hace tiempo unos representantes del gobierno anunciando que en pocos días el Presidente vendría a ayudarnos, pero de eso ya hace y seguimos sin noticias. Quizá si nuestra casa no se hubiese destruído totalmente él hubiera podido ver su número de electo pintado en dos de nuestras paredes. Pero ahora eso ya no importa. En los próximos días tendré que tomar una decisión. Nuestra única salida posible será viajar hacia el norte, hacia Lima, y encontrar a los amigos que hace años marcharon de la aldea en busca de trabajo cerca de la capital. Aquí no hay nada más que hacer hoy. Tan solo hay ayer. Tan solo hay recuerdos. Tan solo hay nada.

Espero me disculparan por escribirles y atormentarles con mis problemas. Se comenta que allá ya no se habla nada del fatal terremoto y sólo quise decirles que aunque ya no seamos noticia seguimos muy lejos de la vida tal y como la entienden ustedes. Que yo espero encontrar trabajo lo antes posible y Mateo no sé si podrá volver a la escuela. Estos últimos días no cesa de preguntar si no se pudo evitar. Si no había medios que avisaran de la llegada del horror. Ya le dije, quizá hay medios, pero no los tuvimos...

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