Último kilómetro
Último kilómetro. Irremediablemente, como en los otros grandes puertos que he coronado, me viene su presencia a la memoria. Él, que me hablaba de desarrollos y porcentajes a los que yo sólo respondía con gesto de no entender nada de lo que decía. Jamás pudimos rodar juntos. Sólo se me asoma a la mente algún paseo por la carretera de al lado del pueblo, en las primeras veces que compartí espacio con los coches. Si agudizo algo más la memoria aún lo escucho gritar “ a la derecha!!”, de la misma manera que hoy grito yo a mi hijo cuando se separa más de lo aconsejable del extremo derecho de la carretera.
Quinientos metros para el final… No, no hicimos ni una ruta juntos. Descubrí demasiado tarde el placer de devorar kilómetros, y él se cansó demasiado pronto de haberlos devorado. Habría sido genial haber podido compartir todas aquellas sensaciones que se sienten cuando escalas una montaña mítica, de esas que todos hemos oído hablar. Él, que en su época de ciclista era de los más ligeros del pelotón, se le habría hecho la boca agua solo de escuchar los nombres de los puertos a los que he tenido la suerte de subir en los últimos tiempos: Lagos, Angliru, Tourmalet, Turó de l’Home, Alpe d’Huez, Mont Ventoux… Joyas del ciclismo, santuarios de la bicicleta que en su época, por atender otras obligaciones, no pudo plantearse de conocer.
Últimos cien metros… Ésto ya se acaba. Él ya no está, ya hace mucho tiempo que no está. Pero me sigue acompañando en cada ascensión, dándome consejos de cómo regular, de cuando beber, de cuánto sufrir. Otros ciclistas piensan en todos aquellos profesionales del ciclismo que han triunfado antes en ese mismo escenario. Yo, en cambio, no puedo evitar recordarle a él.