Están locos esos ciclistas!



Es domingo 30 de diciembre. Son las 8 de la mañana. El anticiclón que lleva días acompañándonos parece que se ha tomado un respiro o que simplemente hoy no ha querido madrugar. Hace frío. Las calles están desiertas y los coches no ocupan la calzada. El termómetro de la bicicleta sigue bajando tras pasar la noche a unos confortables 18 grados. Baja muy deprisa. Al llegar al punto de reunión con los compañeros ya marca 4… y sigue el descenso. Miro al resto de componentes del grupo. Altos, bajos, delgados, fuertes… diferentes al fin y al cabo. Seguro que también los hay madrugadores y dormilones. Calurosos y frioleros. En este último grupo estoy yo, y ahí voy, con una camiseta térmica y una chaqueta ciclista de invierno a pasar las horas más frías del día. De un día que si no tuviera la bicicleta como excusa sería perfecto para seguir en el calor del hogar o para salir tapado con todas las capas posibles a comprar churros. E iría temblando y maldiciendo a la vez.

Pero hoy no. Se comenta el frío, pero se hace como se comenta una lluvia de estrellas. Sin más pretensiones que hablar de ello, no de sufrirlo ni poder cambiar esa situación. Incluso hay quien dice, intentando creérselo, que al empezar a pedalear el cuerpo se calentará. Mentira piadosa. El aire gélido, cuanto a mayor velocidad, más gélido impacta contra tu cuerpo. Mención especial para manos y pies, allí donde la sangre tiene más dificultades para llegar y donde el frío se puede hacer más insoportable.

Alrededor nuestro, más grupos. Unos con sus bicicletas de montaña, otros con sus «flacas»… decenas de ellos. ¿Será la nuestra una enfermedad? Mientras, el termómetro sigue bajando. Y más que lo hará conforme, ya en marcha, vayan pasando los kilómetros.

1 grado. Aquí debería decir que el frío ya no se puede tolerar, que hemos perdido unidades del grupo con evidentes signos de congelación en sus extremidades, que otros han entrado en colapso y que el resto nos hemos rendido y hemos vuelto a casa. Podría decirlo pero mentiría. Todos seguimos adelante, con alguna queja climatológica que se masculla de tanto en tanto, pero adelante.

No hay explicación. Y si la hubiera debería ser que la conexión de los puntos de apoyo de la bicicleta con el cuerpo humano crea unas condiciones que relativizan en tal manera el sufrimiento que consiguen que el cerebro sea capaz de engañar al sujeto hasta el punto de hacerle sentir que nada malo le puede suceder por pasar algo de frío. Dicho de otra manera y parafraseando a Astérix y Obelix, «están locos esos ciclistas».