Llevo días intentando realizar una crónica de lo que vivimos el fin de semana pasado en la Quebrantahuesos. He empezado de mil maneras diferentes. La primera que me vino a la cabeza era algo así como "si los árabes van a La Meca y los cristianos a Tierra Santa, un cicloturista tiene que ir a la Quebrantahuesos..." sí, demasiado mística. También intenté iniciarla haciendo énfasis en el factor metereológico, pues descubrí que tras cuatro meses más atento a la información del tiempo que a la deportiva, volvía a mirar al cielo sin ninguna preocupación, pues ya todo había pasado. Incluso pude haber "copiado" alguna de las cientos de crónicas que hemos leído en los últimos meses, de esas que empiezan con "el despertador sonó a las 5 de la mañana, desayunamos tostadas con un café y nos encaminamos al lugar de salida, que ya estaba lleno de ciclistas".
Supongo que todas las opciones hubiesen sido válidas y ninguna incierta, pero no me acabé de decantar por ninguna de ellas. En todas encontraba a faltar algo de las otras y la ocasión merecía no dejar nada en el tintero. Así que no entraré en detalles secundarios, como esa rueda delantera del coche que decidió pincharse a su paso por Monzón, donde comimos y paseamos por un polígono industrial que no sale en ninguna guía turística. O esa zona de aparcamiento en Sabiñánigo que sí que era zona, pero no de aparcamiento. O ese restaurante que no fue elegido pero sí acertado en el mismo centro de Jaca, donde nos quedamos la única mesa no reservada para degustar el preceptivo plato de pasta que todo aspirante a Quebrantahueso tiene que comer la noche antes de la prueba. O ese hotel que vio como por un día todos sus huéspedes se subían a la habitación a una compañera muy delgada y con ruedas.
No, la Quebrantahuesos merece otras lecturas. Como aquella que convierte por un día a toda persona ataviada con un casco y un culotte en hermana de todas aquellas que visten como ella. O aquella que te descubre que, todavía hoy, hay gente que dedica su tiempo altruístamente a hacer funcionar un evento que reúne a más de 11.000 personas más sus acompañantes. O aquella que te hace descubrir lo placentero que es sufrir, superarse, salir de esa zona de confort en la que vivimos el día a día.
Entre todo ésto y entre mucho más transcurre una jornada que se convierte en inolvidable. Llena de nervios en el inicio, de adrenalina en las bajadas, de respiraciones toscas y pulsaciones altas en las subidas, de miradas de complicidad en los relevos, de satisfacción al avistar el último alto de la jornada, de temor al contemplar a un compañero atendido en una cuneta, de orgullo al ser animado camino de la meta, de tu meta.
Maillots de un sinfín de colores y diseños, nombres de clubes creados con más imaginación que muchos cuentos infantiles ("no subo ni p'atrás", "los tutes, pedalea o revienta"...), el asfalto convertido en un mercadillo inmenso de guantes, manguitos y bidones que han ido perdiendo sus propietarios, y también de envoltorios que no pudieron ser guardados hasta hallar una papelera en la llegada. Conversaciones en la llegada sobre porcentajes, desarrollos, tiempos, colas... bronceados selectivos, olores de los calentadores de principio de la mañana convertidos en aroma a sudor.
Todo ello da forma a la Quebrantahuesos, que sí, no sería lo mismo sin las carreteras por las que transita, pero seguramente las carreteras tampoco serían lo mismo sin la Quebrantahuesos. Esa sensación que puede tener un aficionado al futbol de jugar en el campo de su equipo favorito, con las gradas animándole... esa es la sensación que se percibe desde encima del duro sillín.
Porque sí, no cabe duda que el recorido puede hacerse el día que a uno más le apetezca, pero eso, estoy seguro, no es la Quebrantahuesos.
Pese a que llegar a lo alto del Somport siga siendo un hito que se hace eterno de alcanzar. Pese a que la masificación entre la que se asciende el Marie Blanque muchas veces no permita coger el ritmo regular que sus rampas sostenidas de más del 10% pedirían. Pese a que los casi 30 kilómetros del Portalet sean un desafío individual entre la montaña y tú.
Una Quebrantahuesos que ha sido durante los ultimos 6 meses la razón de muchos madrugones, la de la desesperación al ver por enésima vez al cielo descargando agua, la de rodar y rodar buscando tener el máximo fondo posible para no morir en un intento que quizá no se vuelva a repetir. Una prueba que todavía hoy, una semana después me quita el sueño por encontrar imágenes, más crónicas, sensaciones vividas por más participantes, como quien no quiere cerrar todavía la puerta a un sueño del que ya debería haber despertado pero que me sigue arrullando en sus brazos. Todo ésto y mucho más es la Quebrantahuesos.