El trayecto de Rocafort a Mura sirve para recuperar algo las piernas, pero no es suficiente. En la entrada del pueblo, un cartel que es un azote: "Terrassa 25". Intento ver la parte positiva: los últimos 15 son en bajada. Son "sólo" 10 los que faltan de sufrimiento. La barrita energética ya debería estar dando sus frutos en forma de energía, pero lo más preocupante es que casi no me queda agua. El bidón estaba previsto para unos 60 quilómetros, ya que con el frío se bebe menos, pero ha salido el sol y después de un "mínimo error" en la ruta, llego a este punto con más de 70 quilómetros en las piernas. Y queda Estenalles. Aunque antes hay que atravesar todo Mura, que me recibe con una espectacular rampa que no baja del 10%. De pie sobre los pedales la supero como puedo hasta que el porcentaje se estabiliza en un "cómodo" 6%. Quedan tres quilómetros hasta llegar al cruce donde me espera la carretera que lleva a la cima del puerto. Pongo todo el desarrollo y voy subiendo ágil, cansado, pero ágil. Intento respirar profusamente por la nariz, intentando hacer llegar el máximo de oxígeno a los músculos. No recordaba que estos tres mil metros fueran tan largos. Ya casi está, veo la carretera que cogeré en breve, esto está más cerca.
Alcanzo el cruce. KM 21. La cima está en el 15, o sea que quedan 6 y la memoria me recuerda que entre ellos hay por lo menos uno con porcentaje negativo. Se trata de ir ágil, que no agotarse excesivamente e ir recortando camino. Paso este primer tramo todo lo bien que puedo y, ahí, detrás de esa curva se intuye la zona de recuperación. Me dejo ir sin dar un solo pedal. Apuro la poca agua que ya me quedaba en el bidón, mientras saludo a un par de ciclistas que bajan en dirección contraria. El tramo cómodo se acaba. Ahí a lo lejos se ve otra indicación: KM 18. Sólo tres para coronar. Pero ahora sí que no hay descanso, y sé de manera segura que a partir del 17 la cosa se pone peor en cuanto a porcentaje. De momento todavía me queda un piñón por meter, gracias al impulso cogido en el último tramo. Pero las piernas no van. No tardo nada en poner todo el desarrollo. Se trata de ir haciendo, pero cada vez me encuentro peor. Las pulsaciones están estabilizadas en unas 150, y de momento la velocidad está entre los 10 y los 11 km/h. Recuerdo que afrontar Estenalles por esta vertiente siempre se me ha dado fatal en entrenamientos, cuando curiosamente se ma ha dado muy bien en las salidas con la peña. Entonces las velocidades raramente bajaban de 16km/h. Pero claro, tampoco venía del tute que me he dado hoy e iba mucho mejor alimentado.
Las piernas están vacías. El kilómetro se está haciendo larguísimo. La velocidad está bajando y ahora acompaso con mi cuerpo cada pedalada. "Dando chepazos", que escribía alguien en alguno de esos libros de ciclistas que leo últimamente. Ésto me recuerda al protagonista de "Alpe d'Huez", Jabato, en sus últimos kilómetros antes de coronar el coloso alpino. Su sufrimiento es ahora mi sufrimiento. Por fin. KM 17. Sólo 2. La velocidad ha bajado a 9km/h. En ocasiones a menos incluso. Este tramo, completamente recto, es duro mentalmente. No dejas de ver lo que tienes por delante, que no es nada alentador. Me doy cuenta que estoy haciendo alguna que otra "ese", que las piernas se mueven por inercia, no por fuerza. Cada metro es una tortura. Escucho algo. Es mi respiración. Entrecortada. No respiro, exhalo. La boca semiabierta. Recuerdo nuevamente a Jabato. Le imito en aquellos momentos de crisis. Bajo un piñon y me pongo de pie sobre los pedales. Apenas me da para hacer 20 metros en "modo bailón" y vuelvo a recalar sobre el sillín y a subir el piñón. Me doy cuenta que la literatura me la acaba de jugar. Ahora sí que voy realmente mal. Muy mal. Peor imposible. Y el quilómetro que no pasa. Me viene a la mente que quizá habría que hacer una parada. Jamás tuve ese pensamiento antes. O sí, en aquella rampa inhumana del Ratpenat, la del 23%, pero ni ahí cedí. Pero ahora es el inconsciente quien me recomienda que ponga el pie en el suelo. Recuerdo que llevo los cubre-calas en el bolsillo, así que si quisiera podría llegar andando hasta arriba... pero no. Me digo a mi mismo que si paro nada me garantiza que pueda seguir, ni en bici ni a pie.
La velocidad se ha estabilizado en los 7km/h. Los metros pasan muy lentamente. Necesito ver el número 16, saber que estoy dentro del último kilómetro. Ese, además, es algo más benévolo en cuanto a porcentaje. Conozco bien esta carretera. Si no fuera así no sé que pasaría. Ahí está: KM 16. Paso de la alegría a la cruda realidad. Esto se acaba, pero mi mente me sigue mandando señales de alarma. Nada va bien. Curva de herradura que paso como puedo, hundiendo la cabeza entre el manillar. Los ojos se me cierran. Me asusto. Pero ya no me voy a parar, seguro. Como mínimo antes de llegar a la cima. Tenia pensado no parar, ya que el resto del recorrido será bajada, pero ahora veo que es imprescindible que coja aire. Falso llano al 3% y última curva a la derecha. Aquí he esprintado en otras ocasiones. Hoy me conformo con seguir encima de la bicicleta. Últimos 200 metros. Me dejo ir. Cierro un segundo los ojos y veo que me cuesta abrirlos. Corono y paro al lado de la oficina del parque. Pregunto por una máquina de coca-cola. Necesito beber. No tienen, pero me ofrecen agua con azúcar. Bebo 4 bidones de un tirón. El mareo va pasando, aunque la flojera persiste. Lleno el bote una vez más y empiezo el descenso. Arriba dejo buena parte de mi pájara, aunque el resto me acompañará durante un par de días...